domingo, 25 de noviembre de 2012


Hace tiempo leí que con 50 años habremos conocido a lo largo de nuestra vida a unas 20.000 personas. Haciendo una regla de tres, obtuve que un joven de 17 años habría conocido aproximadamente a 6.800 personas. Pongamos que la mitad de esas personas, es decir, 3.400 son hombres y la otra mitad mujeres. Y supongamos que de esos 3.400, solo 1/3 están dentro del margen de edad en la que se incluyen todas las personas con las que podríamos tener una relación. Es decir, descartamos 2/3, donde se encontrarían aquellas personas de las que nunca podríamos enamorarnos: familiares, ancianos, niños pequeños... Nos queda el siguiente número: 133,333... Pero redondeando pongamos unas 1.000. De todas esas personas, nos enamoraremos de una sola. Estamos hablando de una milésima parte, 0.001. Y a su vez, esa persona se enamorará de una sola entre 1000. De esta manera, la posibilidad de que la persona de la que uno se enamora sea precisamente la persona que se enamora uno, es según las matemáticas (1/1000) · (1/1000), lo que es igual a una posibilidad entre un millón. Así que, si se diera esa improbable situación de estar con la persona que quieres, si el destino ignorase 999.999 opciones y convirtiera esa única probabilidad que había entre un millón, en un hecho, una realidad, ¿qué sentido tendría no aprovecharla, qué más da lo que venga luego, qué importa lo difícil que sea? Si lo más difícil, lo que tenía una sola posibilidad entre un millón de ocurrir, ya ha ocurrido.

sábado, 10 de noviembre de 2012


Quizás yo sea la rara. O a lo mejor los raros son el resto de la gente; lo cual, de una forma u otra, me haría diferente también. Y es que yo no quiero princesas, ni cenicientas, ni un gran vestido. Ni tampoco necesito un gran coche, ni un hombre alto, moreno y con los ojos verdes. Y además, tampoco necesito grandes momentos, ni ‘Siempre nos quedará París’, ni ningún ‘¡Buenos días, princesa!’, ni ninguna otra frase en especial. Tampoco necesito que Celine Dion le ponga una banda sonora a algo que sólo siento yo, ni tener una madrastra que me impida estar con quien quiero. Yo sólo necesito algo normal, o quizás algo raro. Pero algo. Algo que me haga sonreír el resto de mis días, algo que me llene por dentro, algo que me complazca, algo que me motive, que me lleve a las nubes.